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Parque de María Luisa, romanticismo entre aromas y sonidos

Sevilla y primavera son dos términos que se encuentran estrechamente entrelazados. En los albores de esta estación, la ciudad vive con intensidad una de sus fiestas grandes, la Semana Santa. Y solo dos semanas después, cuando los campos se han llenado ya de flores y el monólogo cansino del sofocante calor solo se ve interrumpido por algunos episodios de lluvia que empañan las celebraciones y refrescan el ambiente, se celebra la Feria de Abril. Pero la primavera es también el momento de mayor esplendor de uno de los espacios más frecuentados por sevillanos y visitantes, el Parque de María Luisa.

Unos días por Sevilla requieren de una primera buena elección, un apartamento turístico de calidad en el centro de la ciudad. Luego llegará el momento de pasear, de empaparse de cultura, de adentrarse en una urbe plena de historia, de tapear y refrescar las gargantas, en fin, de disfrutar de un lugar plagado de encantos y de alegría. Nuestro paseo de esta semana nos llevará a descubrir uno de los rincones más románticos, donde arte y naturaleza se dan la mano, de la capital de Andalucía. Un tesoro de 34 hectáreas donde hallaremos una frondosa vegetación, diferentes especies de fauna urbana, hermosas plazas que invitan al sosiego, cultura y elementos arquitectónicos y decorativos de indudable belleza.

Este rincón tan sevillano, muy cerca de algún alojamiento con encanto en Sevilla, comenzó siendo un espacio privado al alcance solo de unos pocos privilegiados. Cuando los duques de Montpensier, Antonio María de Orleans y María Luisa Fernanda de Borbón, se establecieron en la ciudad, su lugar de residencia, el palacio de San Telmo contaba con un hermoso jardín privado. El duque aspiraba a convertirse en Rey de España, pero el trono le sería finalmente arrebatado por Amadeo de Saboya. Tras negarse a unirse al ejército, Antonio María de Orleans fue desterrado, aunque años más tarde conseguiría casar a su hija María de las Mercedes con el joven Rey Alfonso XII.

Fue a su muerte, a principios de 1890, cuando su esposa María Luisa cedió a la ciudad de Sevilla gran parte de los jardines del Palacio. En 1911, invitado por el Comité Ejecutivo de la Exposición Iberoamericana, el hombre que sería fundamental en la fisonomía del Parque de María Luisa tal y como hoy lo conocemos, el arquitecto paisajista francés Jean Claude Nicolás Forestier. Suya es la transformación, en la que consideró siempre como su principal gran obra, de unos jardines palaciegos con algunas estructuras decorativas en un renovado parque público con un mayor número de espacios monumentales y de esparcimiento,  plasmando una mezcla entre el diseño islámico y las nuevas tendencias llegadas de Europa. Respetando el trazado inicial y el arbolado existente, traslado a su proyecto influencias de la Alhambra de Granada, de los jardines del Generalife, del Alcázar de Sevilla y del Parque del Retiro de Madrid.

Declarado en 1983 como Bien de interés Cultural en la categoría de Jardín Histórico, el Parque de María Luisa es la conjunción perfecta entre el jardín romántico por el que paseaban los duques de Montpensier y el espacio abierto lleno de sensibilidad, cultura, colores, luz y espacios abiertos que recogen una gran variedad de aromas y el refrescante susurro de las fuentes que adornan sus glorietas. Un espacio bello y delicado en el que, más tarde, se incluirían la deliciosa Plaza de América, y la icónica y singular Plaza de España, obra del arquitecto Aníbal González.

Sevilla, ciudad ideal para disfrutar de un alojamiento de calidad y con encanto, nos descubre a través de su Parque algunos rincones únicos: la Glorieta de Bécquer, en homenaje al más romántico de los escritores sevillanos; el Monte Gurugú, que, construido para la Exposición Iberoamericana de 1929, es una réplica del monte del mismo nombre de la sierra de Nador (Marruecos) y recuerda a los soldados caídos en la batalla de Annual; la Isleta de los Pájaros, habitada por cisnes, pavos reales, patos y algunas otras aves y en cuyo templete cuenta la leyenda que Alfonso XII le declaró su amor a María de las Mercedes; y la Glorieta de la Concha, un espacio abierto con esculturas que simbolizan las cuatro estaciones.

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